jueves, 25 de noviembre de 2010

NOTAS DE COCINA



CHURRAS Y CHURRAS Y MERINAS
Una cosa es crear y otra aplicar técnicas aprendidas. Me lo digo y me lo digo y me lo digo.
Crear es siempre algo molesto porque a nadie le hace gracia saber que, después de tantos años en una misma profesión, siempre se empieza de cero, se esta completamente indefenso, sin métodos.
La aplicación de la técnica no guarda para mí ninguna relación con la creación de la obra de arte, con lo esencial de la obra de arte.
El teatro es un buen lugar para olvidarse de todos los trucos aprendidos porque al teatro no va nadie, no le interesa a nadie, es una actividad que no corresponde a este siglo y si uno se empeña en lo contrario suele tener dos caminos para elegir, creo: tratar de meterse en la rueda de los que consiguen vivir estupendamente del teatro repitiendo el repertorio o pecar de romántico al extremo de creer que merece la pena buscar, dentro de uno mismo, nuevas formas de comunicación con el público, lenguajes escénicos distintivos y personales y limitados para poder vivir estupendamente del teatro en caso de interesarle a alguien, claro.
Personalmente estoy convencido que el teatro es un sitio apropiado no para la reflexión sino para el atropello de las ideas más contradictorias y ambiguas, para sacudirías del seso a hostias. Pero estoy convencido también que mediante dramaturgias clásicas, recursos clásicos, es imposible alcanzar jamás interesar al público joven que es el público que me importa- ya que seria ingenuo pensar que ellos van a seguir con atención un diálogo manido, lineal o idiota, o a personas disfrazadas de personajes, o un decorado que simular ser tal o cual cosa. Incluso como espectáculo todo esto les parecería pobre comparado con un disco o la tómbola donde se rifa de todo.
Por otra parte, la obstinación de los profesionales del teatro me deja perplejo: sólo un puñado consiguen un puesto político o contratos más o menos estables que les garanticen estirar la pata en escena con el disfraz de Hamlet o de Jefe Técnico.
El otro noventa por ciento las pasa canutas. Por eso no comprendo esa obstinación por mantener desesperadamente la tradición cuando, de perdidos al río, es una buena ocasión para crear.
¿Quiénes les alientan?, pienso. ¿Los programadores, los concejales, los entendidos, los especialistas? Ya vuelvo a este tema en un rato.
Ahora vienen las merinas.
Resulta que le bajan la persiana al Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y con ello a decenas de compañías de todo el país que encontraban en ese centro coproducción para creaciones contemporáneas y un espacio digno para estrenar sus trabajos y lo convierten en otra sala del Centro Dramático Nacional. Políticamente las cosa parece insostenible: antes, posibilidad de trabajo para más de veinte compañías al año ahora, para una sola, la misma, la Papal.
Después vienen las salas alternativas, un fenómeno que goza de buena salud.
Las salas alternativas, salvo honrosas excepciones, fomentan el amateurismo más descarado y son alternativas por lo cutre de sus producciones en lugar de por su proyecto estético.
Así que por un lado, nos quedan los monstruos nacionales y por el otro, las alternativas.
En medio, redes de teatros manejadas por funcionarios y programadores que, con tal de llevar las lentejas a casa, alimentan malamente a sus paisanos con espectáculos conservadores y con nada más: así subestiman a miles de personas por un puesto de trabajo fijo, hasta la patada en el culo que siempre llega de rebote, por culpa de unas elecciones o por celos o por cuernos.
Ahora que releo esto y que me lo pienso mejor, plantearse un trabajo de creación en medio de este desierto es una auténtica gilipollez.
Pero ya cumplí los treintaiuno y no puedo ser boxeador.
Rodrigo García

No hay comentarios:

Publicar un comentario